viernes, 23 de enero de 2015

Rosas (Eduardo Lizalde)

Ansel Adams, 1932

Me hallaba empeñado en la tarea de traducir, una vez más, las tres o cuatro docenas de poemas franceses (y algunos de los alemanes) escritos por Rilke sobre las rosas, cuando empezaron a subir sobre mi mesa, como un peculiar muérdago, los textos que ahora se publican aquí. 

Fueron primero concebidos como juegos apócrifos o parodias risueñas con cierto tufo romántico a divanes y cuadros art-nouveau. El ejercicio que consistía en pulsar la misma cuerda una y cien veces, para sacarle todos los matices posibles a la idéntica agotada melodía, naturalmente, se frustró.

Ya sabía yo hace treinta años que no es fácil sacar jugo a secos y agotados frutos. (Lizalde, 1994)



XIII
Publicado en Rosas (1994)

Vive la pobre rosa al día,
como cualquier poeta debutante o maduro,
y gasta todo el gordo caudal de su fragancia
en el más corto tiempo,
con todo el corazón, pues ella misma
-la rosa escribe a veces casi con sangre-,
única flor que late, dice un herbolario, 
es corazón rojo y enfermo,
toda corzón, rosa encarnada desde su nacimiento.
Se ha demostrado el hecho con estetoscopios
en extremo sensibles,
dispuestos para detectar palpitaciones
aun en seres sin sangre, viejos muebles,
fósiles arbóreos,
e infartos al miocardio en rosas que agonizan.




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